Ayer un gran amigo me alegraba la mañana enviándome un video musical con la canción de Serrat “hoy puede ser un gran día” y, ciertamente tenía mucha razón; desde temprano se notaba una halo de energía que a todos los que vivimos y amamos nuestra profesión nos tenía completamente embriagados: La ingeniería gaditana culminaba sus más altas expectativas inaugurando la nueva y gran Escuela Superior de Ingeniería, aquí, en la Universidad de Cádiz.
El edificio impresiona cuando lo ves y te vas acercando: la foto parece sacada de un portafolio de gran universidad anglosajona y uno siente envidia sana de los estudiantes que allí se formen, a la vez que un orgullo inconmensurable por el avance y el grado de dignificación de la formación que ello supondrá para los graduados en ingeniería. El subidón es notable.
Tras multitud de saludos a todo tipo de amigos, autoridades y compañeros (todo con su correspondiente –as, por aquello del género), vivo uno de esos momentos para el recuerdo a través de los años: el saludo a los distintos directores de escuela que están pletóricos y a la vez un poco trastornados por lo emotivo del momento: D. Miguel Borrero, D. Miguel Pastor, D. Mariano Marcos y D. Juan José Domínguez, que hace de maestro de ceremonias. En ese momento el recuerdo es obligado para D. Enrique Díaz, que a buen seguro estará más que orgulloso allá donde esté. A todos ellos mi más sincera enhorabuena por ser los inductores, gestores y promotores de tan maravillosa iniciativa que culmina tras años de sufrimiento.
No es baladí que a todos los que hemos vivido y pasado unos cuantos años de nuestras vidas formándonos entre la calle Chile y Sacramento de la capital gaditana teníamos cierta melancolía: ahora los ingenieros cambiarán las partidas de futbolín en la plaza del Falla por juegos de mesa en la cafetería de una escuela de un gran edificio con forma de peine; el obligado cafelito en el Fornos o en el Nono en el barrio del balón –para más señas- por una latita de coca cola en un césped de categoría, como pasa en las fotos de esos campus universitarios que algunos veíamos en catálogos; las tardes de sol en la Caleta por los atardeceres en el parque de los Toruños, eso sí, con vistas al puente de la Pepa, pórticos de Astilleros y cúpula del CASEM. Entre bromas comentamos que el pasillo de la nueva escuela tiene la justa medida entre la puerta de la pobre pero muy querida escuela caduca y la parte trasera de la cafetería del hotel Atlántico.
En ese momento de descubrir la placa, a capela entre el Rector y la Presidenta de la Junta de Andalucía, tomas conciencia de que ya nada será igual; la evolución de los tiempos nos hace saltar del ingeniero al graduado en ingeniería de la manera en que los nuevos estudiantes podrán -por fin- sacar pecho y sentir orgullo de hacerlo en las mejores instalaciones universitarias. Nuevos tiempos para la ingeniería, eso sí, ahora con mayúsculas, por dentro y por fuera.
